lunes, septiembre 11, 2006

Denise Dresser - Nerón mexicano
Reforma

Un periodista le pregunta a Vicente Fox cómo se siente al final de su sexenio. Y el Presidente responde:
"Como un campeón, como todo un campeón, cerramos bien". El Nerón mexicano, contemplando cómo arde la ciudad, regocijándose con la belleza de las flamas mientras toca la lira. Diciendo que se siente "muy ligerito". Hablando, una y otra vez, del país perfecto gobernado por instituciones impolutas.
Interviniendo, una y otra vez, con declaraciones que provocan en vez de reconciliar. Gritando "Viva, viva, viva" mientras México se encamina lamentablemente a una confrontación mayor sin solución evidente, sin final feliz. Y el responsable, en gran medida, de ese desenlace hoy lo celebra.

México está en marcha, dice el Presidente que contribuyó a paralizarlo.
México está en paz, supone el hombre que lo recibió así pero no lo entregará de la misma manera. El conflicto postelectoral se reduce a una calle, afirma un supuesto hombre de Estado que no supo ni sabe cómo serlo. Actuaré cuando tenga que actuar, sugiere quien desde hace un buen tiempo ha minado el monopolio de la violencia legítima. El culpable de un momento histórico despilfarrado;
El Presidente de un gobierno de transición desaprovechado; el artífice de un
Entrometimiento mediático en la campaña electoral, que lleva a demasiados mexicanos a cuestionarla. Regodeándose, congratulándose, alabándose a sí mismo cuando ha contribuido a producir la tensión que ahora ignora.
Alguien cuyas acciones y omisiones crearon las condiciones para un incendio político que actualmente nadie sabe cómo apagar.

Si Vicente Fox hubiera emprendido la revitalización de las instituciones,
AMLO no hablaría de refundarlas tajantemente. Si Vicente Fox hubiera apoyado la reforma del Estado, AMLO no propondría su destrucción. Si Vicente Fox hubiera gobernado en función del interés público, AMLO no fustigaría la imposición de los intereses privados. Si Vicente Fox no hubiera puesto a las instituciones al servicio del desafuero, AMLO no podría descalificarlas un día sí y al siguiente también. Si Vicente Fox no hubiera inundado al país con sus spots, muchos mexicanos no cuestionarían la equidad de la contienda ni exigirían su anulación. Si Vicente Fox no hubiera producido un vacío de poder, AMLO no podría llenarlo y para mal como lo hace en estos días.
Uno cometiendo errores y el otro aprovechándolos. Uno barnizando con gasolina la puerta carcomida y el otro incendiándola. La causa y la consecuencia. El problema y el síntoma.

El movimiento contestatario y confrontacional que AMLO ha logrado armar existe -en buena medida- por todo aquello que Vicente Fox tendría que haber hecho y no hizo. Por todo lo que tendría que haber atendido e ignoró.
Por todo lo que tendría que haber empujado y postergó. La necesidad de renovar el andamiaje institucional, en vez de sólo aplaudirlo. La necesidad de reformas que permitieran la construcción de mayorías legislativas estables, en vez de la apuesta a la colaboración ad hoc con el PRI. La necesidad de reformas que fomentaran la competencia en sectores cruciales, en vez de obstaculizarla como ocurrió con la ley Televisa. La necesidad de enfrentar a actores atrincherados en el mundo sindical, en vez de fomentar acuerdos subrepticios con ellos y después pagar el precio por ello. La necesidad de comportarse como el Presidente de todos, en vez de actuar a lo largo de la campaña como el principal porrista del PAN. Vicente Fox odia a Andrés
Manuel López Obrador, pero ha contribuido a su existencia.

Por tantos errores cometidos, tantas oportunidades perdidas, tantas llamaradas alimentadas. Las ambiciones de Marta Sahagún y el tiempo que México perdió especulando en torno a ellas. La preocupación presidencial con la popularidad como un mecanismo de gobernabilidad. La obsesión por promover "las reformas estructurales que el país necesita" sin pensar en cómo construir consenso social o político para ellas. La aventura desafortunada del desafuero y la desconfianza entre la izquierda que tanto nutrió. La frivolidad, los excesos, la complacencia, la vida política del país conducida por alguien sentado en un balcón, abanicándose desde allí. Y que cuando finalmente actúa, lo hace de la peor manera. Con parcialidad. Con impericia.
Entrometiéndose en una elección cuya defensa ha dificultado.
Sacralizando instituciones que distan de ser tan perfectas como las presenta. De nuevo, ignorando la realidad que lo rodea mientras se dedica a albarla.

Por eso ahora que llama a la concordia, muchos no quieren escuchar. Por eso ahora que convoca al diálogo respetuoso, muchos recuerdan cuando él mismo lo saboteó. Por eso cuando invoca el espíritu de concordia de Javier Barros Sierra, su propia hija rechaza la comparación. Por eso cuando dice que "no hay cabida para las imposiciones", muchos recuerdan las de Marta Sahagún.

Por eso cuando argumenta que las leyes no pueden estar sujetas a caprichos o intereses personales, muchos recuerdan cómo lo estuvieron a lo largo del sexenio.
Por eso cada vez que Vicente Fox habla del país de instituciones sólidas, muchos se preguntan dónde están. Más aún cuando el Presidente declara ganador claro
-ante los corresponsales alemanes- a Felipe Calderón antes de que el
Tribunal Electoral lo haya hecho. La Presidencia paralizada que después se convirtió en la Presidencia parcial y por ello ha perdido la capacidad para actuar como bombero. Para apagar fuegos en lugar de contribuir a su expansión.

Por eso es tan preocupante que insista tanto en ir al Congreso a rendir su último Informe, cuando bien podría enviarlo por escrito. Por eso es tan controvertido que se empeñe en dar el grito en el Zócalo, cuando bien podría hacerlo en Dolores. Por eso es tan delirante que algunos exijan que se comporte como un "auténtico jefe de Estado" con el uso de gases lacrimógenos. Por eso es tan peligroso que algunos pidan su intervención decidida mediante el uso de la fuerza pública, cuando ha demostrado su incapacidad para hacerlo sin violencia en otras coyunturas.