AMLO: promotor de Calderón
Denise Dresser
Una paradoja demoniaca, como diría el periodista Ryszard Kapuscinki. Andrés Manuel López Obrador convertido en promotor de Felipe Calderón. El Peje transformado en propulsor de su peor adversario. Tomando decisiones que debilitan su posición y fortalecen las del contrario; haciendo declaraciones que le restan apoyos y se los transfieren a quien desea destruir pero termina por apuntalar. AMLO como conductor contraproducente; como actor auto-destructivo; como político paradójico que encabeza una izquierda empecinada en empoderar a la derecha. Un PRD disfuncional que en lugar de actuar como contrapeso eficaz al PAN, justifica su avance.
Realidad revelada encuesta tras encuesta, sondeo tras sondeo. El apoyo electoral al panismo crece mientras el apoyo electoral al perredismo disminuye. La popularidad del blanquiazul sube mientras la del sol azteca desciende. El respaldo a Calderón se extiende mientras que el respaldo a López Obrador se va encogiendo. En el D.F. y a lo largo de la República: señales evidentes del juego suma-cero en el cual se ha convertido la política mexicana. Lo que AMLO pierde, Calderón gana. Lo que el PRD tira por la borda, el PAN se apresta a pescar. Lo que una izquierda radicalizada y beligerante siembra, una derecha triunfalista y complaciente cosecha con creces. El comportamiento postelectoral de López y sus seguidores no le ha cerrado espacios al PAN. Al contrario, se los abre y cada vez más.
Con frecuencia, AMLO argumenta que sus críticos se han convertido en “alcahuetes de la derecha”. Pero parecería que él mismo lo es. Cada vez que habla de mandar al diablo las instituciones, crea más mexicanos dispuestos a defenderlas, porque prefieren su reforma a su destrucción. Cada vez que habla del “pelele”, produce más ciudadanos que llaman a defender al Presidente, aunque no hayan votado por él. Cada vez que condena cualquier relación política con el gobierno “usurpador”, llena las filas de quienes quieren acuerdos para gobernar antes que vetos para obstaculizar. El maximalismo lopezobradorista está causando una diáspora hacia el gradualismo calderonista. El populista le está poniendo la mesa al espurio. La presidencia “legítima” está apuntalando a la presidencia “de facto”.
Por los temores que incita. Por el conservadurismo que despierta. Por el rechazo de los votantes moderados que produce. Porque al actuar como lo hace, AMLO resucita todos los estereotipos superados, todos los adjetivos archivados.
El PRD como el partido de los rabiosos y los recalcitrantes; el PRD con el porcentaje más alto de negativos y el porcentaje más bajo de votantes; el PRD otra vez entrampado en el 19% de las preferencias, apoyado tan sólo por su voto duro, rechazado por los electores independientes, condenado a perder en 2009 y asegurando que así sea.
Una izquierda igniscible, allanando el camino para una derecha que se siente cada vez más legitimada.
Y López Obrador negando que eso sea cierto; negando la responsabilidad de un desenlace que ha contribuido a crear. Insistiendo en escenificaciones fársicas que dañan su reputación en vez de enaltecerla; insistiendo en posturas maximalistas que lastiman al PRD en lugar de ayudarlo; insistiendo en convocar a la calle y a las plazas cuando no podrá ayudar a los pobres o producir las transformaciones profundas que México necesita tan sólo gritando desde allí. La negación de la realidad que impide transformarla. La negación como mecanismo de defensa que impide la auto-crítica. La negación de los adictos y los alcóhlicos y las mujeres violadas y todos los que ignoran la verdad porque no pueden lidiar con ella.
Esa verdad ineludible que acompaña a AMLO dondequiera que va: 45% de la población piensa que su reputación ha empeorado; 63% piensa que tiene poca credibilidad; 66% piensa que su presidencia alternativa lo debilita.
Cifras desoladoras —todas ellas— para quienes saben que México necesita una buena izquierda. Una izquierda que atempere a Calderón en vez de ayudarlo a gobernar solo. Una izquierda capaz de remontar la intransigencia que fortalece al panismo en vez de acotarlo. Una izquierda que sea acicate del cambio progresista y no pretexto para el conformismo conservador. Una izquierda que sea protagonista de la política y no sólo víctima predecible de ella. Una izquierda con ideas viables y no sólo posturas testimoniales. Una izquierda que sepa hablarle a las clases medias en lugar de alienarlas. Una izquierda capaz de rechazar tanto la claudicación que el PAN quiere y la inmolación que AMLO exige. Una izquierda que sepa ser oposición, porque el país la necesita.
Todo aquello que explica la razón de ser de la izquierda mexicana sigue allí. La pobreza, y la desigualdad, y la corrupción, y los privilegios, y la justicia discrecional, y la concentración de la riqueza y la postergación de soluciones para distribuirla mejor. Los de abajo siguen siendo los de abajo, los de arriba siguen siendo los de arriba, los de en medio siguen luchando para quedarse allí. Pero AMLO está demasiado ocupado confrontando al sistema para pensar en cómo mejorarlo. Y el PRD está demasiado ocupado lidiando con AMLO para pensar que la izquierda debe ser más que el hombre que se apropió de ella.
Si quiere influir y no sólo vetar, la izquierda debe reflexionar. Debe reconsiderar. Debe entender que si continúa comportándose como lo ha hecho a partir del 2 de julio, no hará de México un país más justo sino más panista. No hará de México un país más equitativo sino más conservador. Y no empoderará a los desposeídos sino al partido que apela a la mano firme para lidiar con ellos. Si el PRD no es capaz de traducir demandas explosivas en opciones razonables de política pública, minará a una democracia disfuncional en vez de componerla. Si el PRD no es capaz de articular propuestas creíbles para la justicia distributiva, le dará armas a quienes insisten en que no es necesaria. En lugar de ayudar a los pobres, fortalecerá políticamente a quienes preferirían encarcelarlos.
Y si López Obrador no entiende ésto, ojalá que otros perredistas sí lo comprendan. Y si López Obrador no logra superar la disonancia cognoscitiva que lo aqueja, ojalá que otros líderes como Marcelo Ebrard y Amalia García y Lázaro Cárdenas sí logren remontarla. Y si López Obrador sigue empeñado en convertir al PRD en promotor de la empanización del país, ojalá que los verdaderos progresistas del país no se lo permitan. Porque sería una paradoja trágica que la izquierda continuara pavimentando la ruta que el PAN usa para rebasarla.— México, D.F.