escrito por Druida
Tuesday, 15 de May de 2007
El tiempo pasa y las luchas sociales están marcadas por una cicatriz que no cierra: La muerte de cientos y el encarcelamiento de otros tantos. Formar parte de ese movimiento que destaca la lucha social y la defensa de los derechos humanos esta relacionado precisamente con las denuncias que ellos mismos atacan: desapariciones forzadas, acoso por parte del estado y la muerte de los activistas.
Casos como el de Digna Ochoa, tienen una tendencia en todos los demás: el silencio de los defensores. Los contubernios políticos han dejado un rastro de sangre en la nación. El reconocimiento de un estado represor por parte de un sector de la sociedad es amañado por los melodramas televisivos y el olvido de las muertes de personas entregadas a la defensa de los derechos humanos, la ecología y demás, giran entorno a la corrupción y la mano obscura de la muerte.
Tal parece que Veracruz es repetitivo en la muerte a las mujeres y el caso de Ernestina revive el caso Digna por una cuestión: las dos eran mujeres y la forma en que dejaron de existir esta marcada por la duda, la inseguridad y la injerencia del estado volcando la atención en asuntos lejanos al fundamental: el asesinato de mujeres en todo el país.
El sueño y el trabajo alrededor de los indignantes casos de Atenco y Oaxaca, las muertas de Juárez y casos tan lamentables como Ernestina nos llevan a cuestionar el trabajo de las autoridades por su solución. Los “personajes” incómodos surgen por todo el país. Algunos terminan con sentencias de 67 años (como lo ya acontecido en el caso de los lideres de Atenco) y surge el cuestionamiento: a quien sirven las instituciones.
Hoy como desde hace décadas los luchadores sociales tienen un estigma en el cuerpo y en el alma, por un lado la persecución y el abandono de los medios convencionales y en el otro la carga de sentir que la lucha se convierte en un peso enorme y sin satisfacciones inmediatas y de paso morir con las alas rotas.
En estos momentos en que la derecha tiene el control de las instituciones, que las luchas sociales ya tienen cara de terrorismo y donde si algo menos importa son los males estomacales que causan “muertes”, viene a la memoria la muerte de muchos más luchadores sociales o su aislamiento en reclusorios de máxima seguridad.
Lo extraño viene con el caso Ahumada. Salir a defender a un tipo de este nivel, protegerlo y cobijarlo dentro de la esfera de los medios es aberrante e indignante. Sumándole el desmedido arrastre de comunicadores y comentaristas de todos los medios dando su tiempo por un tipo como él. Donde quedan los gritos y consignas en contra del Gobierno Federal por el abuso de los presos políticos, la muerte, persecución y las injusticias por parte de “algunas” autoridades, ahí sus voces dejan de salir o la perdida de memoria se convierte en un mal colectivo.
A varios años del caso Digna Ochoa, preocupa que el caso siga impune aun cuando los nombres de los implicados sean conocidos y a esto desespera que casos como Ernestina pasen por el mismo olvido y carpetazo de los años y de los medios. Defensas como las de Ahumada están llenas de melodrama y farsa. Los casos reales están llenos de dolor, indignación, impunidad y muerte.
Para diana y larija
El tiempo pasa y las luchas sociales están marcadas por una cicatriz que no cierra: La muerte de cientos y el encarcelamiento de otros tantos. Formar parte de ese movimiento que destaca la lucha social y la defensa de los derechos humanos esta relacionado precisamente con las denuncias que ellos mismos atacan: desapariciones forzadas, acoso por parte del estado y la muerte de los activistas.
Casos como el de Digna Ochoa, tienen una tendencia en todos los demás: el silencio de los defensores. Los contubernios políticos han dejado un rastro de sangre en la nación. El reconocimiento de un estado represor por parte de un sector de la sociedad es amañado por los melodramas televisivos y el olvido de las muertes de personas entregadas a la defensa de los derechos humanos, la ecología y demás, giran entorno a la corrupción y la mano obscura de la muerte.
Tal parece que Veracruz es repetitivo en la muerte a las mujeres y el caso de Ernestina revive el caso Digna por una cuestión: las dos eran mujeres y la forma en que dejaron de existir esta marcada por la duda, la inseguridad y la injerencia del estado volcando la atención en asuntos lejanos al fundamental: el asesinato de mujeres en todo el país.
El sueño y el trabajo alrededor de los indignantes casos de Atenco y Oaxaca, las muertas de Juárez y casos tan lamentables como Ernestina nos llevan a cuestionar el trabajo de las autoridades por su solución. Los “personajes” incómodos surgen por todo el país. Algunos terminan con sentencias de 67 años (como lo ya acontecido en el caso de los lideres de Atenco) y surge el cuestionamiento: a quien sirven las instituciones.
Hoy como desde hace décadas los luchadores sociales tienen un estigma en el cuerpo y en el alma, por un lado la persecución y el abandono de los medios convencionales y en el otro la carga de sentir que la lucha se convierte en un peso enorme y sin satisfacciones inmediatas y de paso morir con las alas rotas.
En estos momentos en que la derecha tiene el control de las instituciones, que las luchas sociales ya tienen cara de terrorismo y donde si algo menos importa son los males estomacales que causan “muertes”, viene a la memoria la muerte de muchos más luchadores sociales o su aislamiento en reclusorios de máxima seguridad.
Lo extraño viene con el caso Ahumada. Salir a defender a un tipo de este nivel, protegerlo y cobijarlo dentro de la esfera de los medios es aberrante e indignante. Sumándole el desmedido arrastre de comunicadores y comentaristas de todos los medios dando su tiempo por un tipo como él. Donde quedan los gritos y consignas en contra del Gobierno Federal por el abuso de los presos políticos, la muerte, persecución y las injusticias por parte de “algunas” autoridades, ahí sus voces dejan de salir o la perdida de memoria se convierte en un mal colectivo.
A varios años del caso Digna Ochoa, preocupa que el caso siga impune aun cuando los nombres de los implicados sean conocidos y a esto desespera que casos como Ernestina pasen por el mismo olvido y carpetazo de los años y de los medios. Defensas como las de Ahumada están llenas de melodrama y farsa. Los casos reales están llenos de dolor, indignación, impunidad y muerte.
Para diana y larija