roberto ruiz perez
Hace unos días, el domingo 19 de agosto, participé tocando el tambor en la pinta de un mural alusivo al asesinato de Alejandro Castillo por la agentes de la Border Patrol, abajo del puente Santa Fe y de lado mexicano, sucediendo el siguiente incidente: del otro lado del río Bravo se juntaron varios vehículos de la patrulla fronteriza frente a un grupo de jóvenes punks que habían acudido a solidarizarse con la propuesta del mural y que estaban a su vez, realizando pintas; uno de los agentes les gritó que ya venía la policía y en breves minutos aparecieron dos “campers” y dos patrullas que inmediatamente pasaron a levantarnos a todos para llevarnos a la cárcel, incluyendo a un albañil que reparaba el puente y que su único delito fue estar a unos metros del evento.
Intente llamarle a uno de mis amigos abogados y uno de los agentes quiso quitarme el teléfono celular; total, para evitar involucrarme en un acto violento, opte por ceder frente al alterado policía que ni siquiera quería (o sabía) decirme cuál delito había cometido. Afortunadamente varios amigos y amigas se movilizaron para que nos dejaran en paz, no sin antes presionar a través de los medios de comunicación.
Esta situación que nos tocó vivir, desafortunadamente no tiene nada de novedosa por que está sucediendo no sólo en Juárez, sino en todas partes de México y el mundo. El ejemplo de la deportación de Elvira Arellano de Estados Unidos a México y la muerte de Castillo, forman parte de una tendencia de los gobiernos “democráticos” por sofocar cualquier intento de manifestación ciudadana y de ampararse bajo el escudo del combate al terrorismo para cometer actos violentos; lastima la subordinación mostrada por la policía municipal hacia la Border Patrol, que deja ver además, en su forma de actuar, la manera como seguramente están llevando acciones como el toque de queda para menores.
El problema de fondo es la tendencia, cada vez más evidente, de gobiernos fascistas disfrazados de democráticos que están socavando las libertades y derechos establecidos en las leyes, que tanta sangre costaron. Por eso cada vez son más altos los índices de abstencionismo electoral, un fenómeno mundial, pues es obvio que los intereses de gobiernos van en distinta dirección que los de la ciudadanía. En México hemos transitado del dominio del PRI al arribo del PAN y otros partidos, pero las prácticas corruptas y la soberbia del poder siguen prevaleciendo, mientras las riquezas del país se reparten entre políticos, empresarios y sus socios extranjeros, actores que gozan de garantías y derechos por encima de las leyes y ciudadanos comunes.
El martes 21 de agosto, en un panel de discusión sobre el toque de queda, realizado en la UACJ, al que fui invitado dentro de la conmemoración del día de las y los trabajadores sociales, la participación y postura del sacerdote católico Mario Manríquez, iniciador en el fraccionamiento Oasis Revolución del programa, nos mostraron al público y panelistas, que las acciones venidas de instituciones jerárquicas no se cuestionan, así sean obvias sus fallas y estén fuera de la ley. Esto reafirma que también las instituciones religiosas, cuyo fin, al igual que los gobiernos democráticos, es el bien común, se rinden ante el ejercicio del poder y terminan por contaminarse políticamente, dejando ver su lado autoritario.
Estamos viviendo una época de desconfianza en las instituciones, de falta de simpatía por el prójimo, de autoencierro, ensimismamiento y apatía política, ¿qué significa todo esto? Pues que vivimos insertos en un proceso ininterrumpido de despolitización social que permite que los gobiernos y otras instituciones jerárquicas actúen a sus anchas sin ser cuestionados, mientras la gente nos enajenamos en nuestras casas con la televisión, la comida chatarra y los licores, pues es preferible una sociedad acrítica, pasiva, que viva fuera de la realidad, a una que, por ejemplo,
constantemente esté sometiendo a cuentas a sus empleados públicos, falsamente llamados “autoridades”, o mejor dicho, autoridades sin autoridad moral.
La política pública está sometida al dominio del interés privado, que casi siempre es económico, y la vida privada se vuelve pública, en programas como el Big Brother, que son el circo, maroma y teatro con que perdemos el interés por las cosas de interés, para meternos en el círculo del chisme y la plática frívola que no lleva a otra cosa, sino a perdernos en el sinsentido.
Lo que vivimos en Ciudad Juárez es un reflejo del mundo de hoy: individualista, fútil, egoísta y despolitizado; nuestra memoria histórica se borra, la libertad se confunde con el libertinaje, la igualdad se pierde y la equidad se vuelve el concurso de unos cuantos. No es que haya una pérdida de valores como luego se dice, sino que los valores que ahora se promueven son los del éxito económico, de sobresalir por encima de los demás, del culto a sí mismo y del culto al héroe; es el mundo del dinero, el poder, la mezquindad, el consumismo y el egocentrismo.
¿Vamos hacia un Estado autoritario mundial? Más bien ya lo estamos viviendo, lo que pasa es que no podemos darnos cuenta por la gran enajenación que sufrimos. Lo que sí podemos que hacer es reaccionar, por que si no, cada día que pase, cada gobierno que llegue, se va a poner peor. Como se dice vulgarmente “el hombre llega hasta donde la mujer quiere” si lo aplicamos a nuestra realidad política, esto significa que entre más nos dejemos, más abusan de nosotros, por lo tanto está en nosotros dar solución a los problemas y decir ¡hasta aquí!