domingo, enero 21, 2007

De Vicente Fox a Felipe Calderón, del hombre mediocre al hombre sin atributos

Revista Fortuna

El mandato de Felipe Calderón Hinojosa (FCH) será empinado, cuesta arriba, tortuoso, pues estará condicionado por el complicado escenario adverso que, paradójicamente, él mismo ayudó a construir y que lo presenta como un gobierno débil, ilegítimo, sin credibilidad. Si no modifica su comportamiento de político apasionado, despótico y excluyente que le ha caracterizado hasta el momento y no logra enfrentar ese sombrío panorama como un verdadero estadista, reajustando democráticamente el sistema político y replanteando el modelo económico neoliberal, no será extraño que su gobierno termine por destruir la precaria y volátil estabilidad política de la nación y ésta, en el corto plazo, se hunda en un desorden generalizado como ha señalado el sociólogo Immanuel Wallerstein, en una espiral de violencia que, eventualmente, puede provocar un baño de sangre y el derrumbe del régimen.

El desventajoso ambiente puede observarse en al menos tres niveles estrechamente interconectados:

1) El problema de legalidad, ilegitimidad y escasa representabilidad, asociada al turbulento y desaseado proceso electoral. El pasado reciente persigue a FCH. Es indiscutible que la estrategia diseñada por el panista, con recursos legales e ilegales, rindió sus frutos, ya que le permitió encaramarse a la silla presidencial. Desde luego, el camino no fue fácil. Ante todo, tuvo que imponerse como el candidato de la derecha y como el digno continuador del neoliberalismo, contra la oposición de Vicente Fox -que primero había apostado a su esposa y luego a Santiago Creel- y de la extrema derecha yunquista, representada por Manuel Espino.

Después tuvo que enfrentar al candidato de centro-izquierda, a quien le recetó una sucia retórica de campaña, basada en la mentira, la difamación, la descalificación y el linchamiento, que recuerda las épocas más sórdidas del anticomunismo, por ejemplo el empleado por Joseph McCarthy y Richard Nixon, y denunciado por una de sus víctimas, la escritora Lilian Hellman, en su libro Tiempo de canallas (Ed. F. C. E. México, 1986).

Pero como la hedionda cruzada de FCH en contra de Andrés Manuel López Obrador era insuficiente para doblegarlo, tuvo que recurrir a otros instrumentos ilegales. Como en las épocas doradas del autoritarismo priísta, su campaña se convirtió en una razón de ser del gobierno foxista. Asimismo, si John F. Kennedy y Nixon recurrieron a los favores cortesanos de sus “amigos”, es decir de la mafia, para financiar sus carreras políticas, robarse las elecciones y convertirse en presidentes de los Estados Unidos (Richard Mahoney, Sons and Brothers: The Days of Jack and Bobby Kennedy; Arcade Publishing, 2000; Anthony Summers, Nixon, La arrogancia del poder, Ed. Península, Barcelona, 2003), FCH también recurrió al apoyo del capitalismo mafioso aborigen (el bloque dominante: los empresarios beneficiados por el neoliberalismo, la iglesia católica, los medios de comunicación). Todo con la complicidad de las autoridades electorales, encabezadas por el servil Luis Carlos Ugalde.

Sin embargo, la suerte siguió comportándose mezquina. Dícese que Juan D. Perón dijo: “la voluntad de poder se funda no tanto en lo que se hace sino lo que se está dispuesto a hacer”; y que “los zurdos creen que la política es moral; tienen la enfermedad de los escrúpulos” (Tomás Eloy Martínez, La novela de Perón, Alianza Ed. Madrid, 1989). FCH, Fox y la compañía mafiosa recurrieron a la lección de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari -y de otros gobiernos priístas- para forzarle el brazo a la escurridiza fortuna y violar las leyes: robarse las elecciones, dar un golpe de Estado técnico, con la complicidad de Instituto Federal Electoral, el Poder Judicial, el Partido Revolucionario Institucional y demás partidos mercenarios, para que el michoacano se convirtiera en presidente para el lapso 2006-2012.

Cometidas las fechorías para colocarse la corona robada, FCH utilizó un último recurso: la magia televisiva para, grotescamente, simular la entrega presidencial por parte de Fox a Calderón -que recordó el método empleado por el salinismo en 1994 para nominar a Ernesto Zedillo como candidato sustituto del PRI: un video “elogioso” del asesinado Luis Donaldo Colosio-; y el asalto del Congreso con los panistas y los militares para colocarse entre los sables la banda presidencial. FCH usó todos los medios posibles para sus fines.

Ahora tiene que asumir los costos de sus actos: su legalidad forzada que ultrajó el Estado de Derecho, comprobándose que la democracia no es sólo un mito; la ausencia de credibilidad; su ilegitimidad; la criminalización y represión del creciente malestar social por parte del foxismo, el panismo, el priismo; la polarización política ocasionada por violenta campaña presidencial y el golpe de Estado técnico; su escasa representatividad, ya que sólo recibió el apoyo del 35.89 por ciento de quienes votaron, margen que se reduce a 20.9 por ciento si se considera el total del padrón electoral; y la emergencia de la guerrilla que refuerza su convicción de que los procesos electorales son inútiles para aspirar a cambios democráticos.

Los márgenes de gobernabilidad son estrechos. Es cierto que el Ejecutivo preserva el vasallaje del poder judicial o el electoral y tiene el respaldo de los grandes empresarios nacionales y externos, además de Washington, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. También que puede alcanzar la mayoría relativa en el Congreso para aprobar sus iniciativas, con la tradicional alianza entre el PAN y el PRI, marginando a la izquierda. Pero ello no es suficiente y el costo de las facturas será mayúsculo para la estabilidad de su gobierno.

2) El oneroso legado económico y social del neoliberalismo. FCH iniciará su espurio mandato en un entorno desventajoso: a) El estancamiento económico (con el foxismo el PIB real medio anual apenas creció 2.4 por ciento; durante el ciclo neoliberal, 1982-2006, sólo 2.5; entre 1939 y 1982 fue de poco más de 6 por ciento); b) La falta de empleos formales (el número de trabajadores afiliados al IMSS durante el foxismo fue de un millón 64 mil, 177 mil 214 en promedio anual. Los empleos requeridos fueron de 7.2-7.8 millones, 1.2-1.3 millones por año. Es decir, 6.1-6.7 millones de personas están desempleadas o subempleadas, y se refugiaron en la informalidad, no hacen nada o delinquen; c) Un mayor flujo temporal de trabajadores hacia los Estados Unidos en búsqueda de mejores expectativas de vida (en promedio anual entre 1998 y 2001 salieron 325 mil 52; entre 2001 y 2003 458 mil 771, o sea 137 mil 718 más); d) Una creciente dependencia de las familias de las remesas de los trabajadores migratorios para atenuar sus bajos niveles de vida (entre 2000 y 2006 las remesas pasaron de 6.6 mil millones de dólares a cerca de 23 mil millones); e) el grave deterioro de los salarios reales (en el foxismo los mínimos “mejoraron” estadísticamente 1.5 por ciento, por lo que acumulan una pérdida de 78.8 por ciento; su poder de compra es similar al existente a principios de los años 50 del siglo XX. Los contractuales subieron 6 por ciento, pero su capacidad adquisitiva equivale a la mitad que registraban en 1975); d) la concentración de la riqueza y la exclusión social. El 10 por ciento de los hogares concentra el 38.2 por ciento del ingreso monetario nacional, poco más del que percibe el 60 por ciento de los ubicados en la base de la pirámide social (32.9 por ciento). 18.2 millones de trabajadores ocupados formales (34.2 por ciento del total) sólo ganan hasta dos veces el salario mínimo, por lo que se ubican en la miseria, y otros 14 millones (33.5 del total), que perciben entre tres y cinco salarios mínimos, son considerados pobres. En total, los ocupados formales pobres y miserables suman 32.4 millones, el 76.8 por ciento de los 42.1 millones existentes. De los 104 millones de mexicanos registrados en 2006, al menos 63 millones, el 60 por ciento del total son pobres y pobres extremos.

El estancamiento económico, la concentración de la riqueza y la exclusión social son consecuencia del neoliberalismo capitalista y las bases del descontento y de los estallidos políticos. No son fenómenos circunstanciales ni errores de instrumentación o simples “deudas” sociales como se dice. Si FCH decide mantener el modelo sólo asumirá una postura suicida, porque reforzará las predicciones de Wallerstein y otros analistas serios.

3) Los vientos externos desfavorables. México, que es el furgón de cola de los Estados Unidos, no podrá evitar las secuelas procíclicas de la desaceleración estadounidense previstas para 2007, cuyo PIB real, se estima, declinará de 3.3 a 2.5 por ciento y la producción industrial de 4.3 a 3 por ciento, con la consecuente caída en el consumo privado y el endurecimiento monetario, ante el temor a la inflación y el alza de los réditos. Si ello ocurre, inevitablemente, provocará un menor crecimiento, como ya se prevé (de 4.7 por ciento en 2006 a 3.6 en 2007).

La posibilidad de que el segundo gobierno de la derecha se legitime, gane credibilidad y reconstruya las condiciones de estabilidad dependerá de la capacidad de liderazgo de FCH, de su aptitud para dialogar, negociar y consensuar con los diferentes sectores de la sociedad, en aras de restañar las fisuras creadas con su feroz campaña anticomunista y el robo de la corona, tareas que no serán fáciles por no decir que imposibles. Privilegiar el autoritarismo, los sables, los intereses que lo impusieron como sátrapa y la exclusión social sobre la democracia plena, sólo conducirá al infierno de la crisis terminal. Lo mismo ocurrirá si se empecina en mantener y profundizar el modelo económico neoliberal socialmente excluyente. No hay más opciones y las intermedias sólo agudizarán la agonía. ¿Tendrá el talento FCH para dar el salto hacia la democracia y abandonar el neoliberalismo, el capitalismo mafioso para salvar a la nación, si es que está en su esfera de intereses? Quizá quedaría el privilegio de la duda. Pero sus primeras acciones parecen negarlas aún cuando se suponga que es prematuro para afirmarlo rotundamente.

O FCH muestra sus dotes de estadista, que hasta el momento no se le ven por ningún lado, o se limita a sustituir al hombre mediocre, Fox (según la taxonomía de José Ingenieros) por Ulrich, el hombre sin atributos (de Robert Musil), pese a que no se ve tan escaso de luces como a su predecesor.

Para el politólogo Juan Linz, un líder democrático es aquel que tiene la capacidad para recuperar y consolidar la estabilidad del sistema político a través de la promoción de la democracia: la inclusión y el bienestar social; la libertad de asociación, de expresión y para formular y proponer alternativas políticas, entre otros derechos básicos de las personas; la competencia libre y no violenta entre los líderes como una revalidación periódica de su derecho a gobernar; la inclusión de todos los cargos políticos en el proceso democrático; la participación de todas las comunidades cualesquiera que sean sus preferencias políticas. Un régimen democrático promueve esos principios y los protege legalmente. Las tensiones estructurales, dice Linz, reflejan el fracaso del liderazgo democrático y la ilegitimidad del orden social existente.

Un estadista, en el noble sentido de la palabra, afirma Tucídides, es un individuo de entendimiento natural excepcional, sagaz, desapasionado, calculador, inteligente, que tiene visión de Estado y vela por los intereses de la nación y no los personales o de grupo. No es político demagogo y apasionado. Es el que tiene la capacidad para ponderar el pro y el contra y sabe definir las estrategias adecuadas; el que tiene la capacidad para entender el presente y avizorar el futuro para enfrentarlo con cierta racionalidad, el que es capaz de soportar la cosa pública.

FCH no guarda esos atributos. Sus primeras medidas lo ubican en otra perspectiva. Hasta el momento no ha mostrado una estrategia para acercarse a la izquierda o para solucionar negociadamente el conflicto de Oaxaca. Por el contrario, ha excluido a la primera y ha guardado silencio ante la renovada propaganda de linchamiento impulsada por la derecha. Ante el otro respaldó su criminalización y, de hecho, se puso del lado de la criminal represión priísta. Aceptó el alza en los precios de las gasolinas y de la leche destinada a los más pobres, los cuales son el reflejo de una pésima política de precios y del populismo de derecha. Pese al rechazo social a la privatización del sector energético, a los empresarios españoles les dice que habrá oportunidad para que puedan depredarlos y en su primer paquete económico propone la posibilidad de ampliar las anticonstitucionales inversiones en ese y otros ramos.

La composición de su gabinete no refleja más que el pago de cuotas a quienes lo apoyaron, además de que se caracteriza por el predominio de los Chicago boys en las áreas económica y financiera, la falta de cohesión, la improvisación, la exclusión, el conflicto de intereses, la mediocridad, la ignorancia, la incorporación de fracasados foxistas y de empresarios de visión estrecha, autoritarios, conservadores, cruzados religiosos. Pero como son simples jefes de despacho podría pensarse como Humpty Dumpty: “cuando yo uso una palabra, quiere decir lo que yo diga… ni más ni menos. La cuestión es saber quién es el que manda… eso es todo”.

En su primer discurso oficial se presentó como el “presidente del empleo”. Pero su programa económico para 2007 representará un mal inicio para un gobierno de facto que aspira a legitimarse, porque privilegia el neoliberalismo: la contención de la inflación (dureza monetaria y fiscal) sobre el crecimiento, el empleo formal (un PIB real de 3 por ciento no creará más allá de 400 mil nuevas plazas de las 1.2-1.3 millones que se requerirán) los salarios reales (el alza de los mínimos será similar al nivel de los precios esperados: 3 por ciento), y la promoción de las contrarreformas estructurales neoliberales. En lugar de usar la política fiscal y monetaria de manera keynesiana para promover el crecimiento, el empleo y el bienestar, opta por el rancio monetarismo. ¿Cómo entonces buscará FCH consolidarse si no muestra un acto de fe democrático y antineoliberal? ¿Con las botas militares aspira darle vida artificial al modelo? Porque el neoliberalismo es alérgico al liberalismo político.



*Periodista e investigador del Programa de Ciencia y Tecnología y Desarrollo. El Colegio de México.



Año IV No. 47 Diciembre 2006